jueves, 28 de noviembre de 2013

Modestia aparte

La mayoría de la gente afirma valorar la honestidad; sin embargo, las personas verdaderamente honestas no suelen ganarse la simpatía de muchos, ya sea porque a veces la verdad duele o porque te hace parecer demasiado poco vulnerable. 

En efecto, no está socialmente permitido o bien visto que valores positivamente ninguna cualidad tuya o de algo que teóricamente te pertenezca. A lo sumo no estará mal visto que expreses una preferencia con respecto a algo tuyo del tipo “me gusta esto de mí/que he hecho” o bien lo compares con otras cosas de tu propiedad o identidad (“esto está mejor/ es lo mejor que he hecho/tengo”), pero en el momento en que afirmes algo en términos generales (“soy buena en/lista/graciosa/etc” o “mi libro es interesante/mi cuadro es bonito/etc”) no faltará quien te tache de arrogante o carente de humildad, al igual que si comparas algo tuyo con lo de otra persona, considerando lo tuyo mejor. Cuanto más valorada socialmente sea la cualidad que crees tener, tanto más arrogante serás considerada (nadie se escandaliza porque afirmes “soy muy bueno lanzando palillos”, pero sí con “soy muy buena escribiendo relatos”). 

El problema no está en no dar cabida a los relativismos, como algunos reprochan ante esas afirmaciones. Nadie te considera arrogante por afirmar “soy feo/aburrido” o por decirlo en superlativo, incluso en superlativo absoluto (“soy el peor X del mundo”), cuando eso requiere mayor “imposición” de tu criterio que el simplemente afirmar, por ejemplo, “soy culta”, sin meterte en comparaciones relativas o universales (o incluso aunque digas “me considero culta” el problema sería el mismo). 

La cuestión está en valorarte, en no mostrarte inseguro, de forma que los demás puedan verse intimidados por tu autoconfianza y virtudes, por sentir miedo a ser menos y a no tener el poder de construir ellos la imagen que tienes de ti mismo, ya que si tú misma te valoras la valoración de los demás pierde importancia: no necesitas reafirmarte constantemente en cada cumplido, en la aprobación de los demás con respecto a quién eres. Si tú te bastas, ellos sienten que sobran; por eso intentarán recuperar su dominio sobre tu autoimagen a base de reprocharte el afirmar casi todo lo positivo que veas en ti, depreciarlo (aun considerando lo que tienes/haces tan o más valioso que tú, y diciéndotelo en caso de que tú hubieras opinado lo contrario) y permitirte sólo ver lo negativo, valorando positiva y enternecedoramente como “humilde” todo autodesprecio. Cuando te hundas de nuevo vendrán a rescatarte, pero nunca dejarán que te levantes del todo, pues dejarían de ser necesarios. 

Por supuesto, todo esto no va dirigido a nadie. No afirmo siquiera que la gente haga esto a propósito o conscientemente, sino simplemente hago un análisis social, una deconstrucción de unas pautas de comportamiento cultural. 

En muchos casos a lo que esto lleva es o bien a la baja autoestima real o a la fingida (la falsa modestia) para mendigar elogios ajenos, ya que no podemos otorgárnoslos por nosotros mismos (o carecen de validez). No obstante, incluso aquellos que practican la falsa modestia (la inmensa mayoría de la gente en algún momento de su vida) forman a menudo parte de ese grupo de depreciación que sanciona al que se valora por sí mismo. 

Mi conclusión y consejo es que trates de valorar tu opinión sobre ti misma como aprecias la ajena, pues ambas son igual de válidas. De hecho, en todo caso, será más importante la tuya, ya que eres la persona con la que has de convivir durante toda tu vida, por lo que más te valdría tenerte en cuenta para evitar que otros decidan por ti quién eres y debes ser.


jueves, 14 de noviembre de 2013

¿Hembrismo?

Muchxs feministxs rechazan o niegan la existencia del hembrismo, considerándolo un término falaz, erróneo, que nos divide y se vuelve contra nosotras, perjudicando al movimiento. Hay, pues, dos objeciones fundamentales a su uso: el perjuicio que supone y el cuestionamiento de su propia existencia. 

Con respecto a las consecuencias de su uso mi conclusión es la opuesta. En primer lugar, dado que el concepto de feminismo es bastante confuso para mucha gente por su semejanza gramatical con “machismo”, este nuevo término nos permite identificar la diferencia de ambas terminologías adjudicándole un verdadero opuesto. En segundo lugar, el término nos permite distinguir y distanciarnos desde el feminismo de aquellas actitudes y prejuicios no feministas que perjudican gravemente al movimiento: con la negación del hembrismo, toda aquella actitud despreciativa hacia los hombres que no alimente la pervivencia del patriarcado (como lo haría, por ejemplo, el despreciar a un hombre por no ser valiente o no querer mantener relaciones sexuales) y por tanto no podamos explicar como forma “paradójica” de machismo, no podrá sino encuadrarse dentro del concepto de “feminismo”. 

El miedo a que se vuelva contra nosotrxs me parece injustificado, pues quien quiera acusar injustamente a una feminista o sección del feminismo de misándrico lo va a hacer conozca o no el término hembrismo, al igual que muchxs homófobxs acusan a los activistas lgbt de odiar y luchar contra los heterosexuales sin que la mayoría conozcan ni usen el término heterofobia. Por otra parte, considero que incluso aunque existiera esta posibilidad de que “se vuelva en nuestra contra” supondrá en último término un beneficio para el movimiento, en tanto que: 

1) fomentará la autocrítica y el debate interno sobre si algo es o no realmente feminista y justificable desde el feminismo. 

2) “saneará” el feminismo manteniendo a raya actitudes revanchistas y/o maniqueístas que frenan el avance del movimiento. 

3) ayudará a reforzar y hacer más firmes los argumentos y las bases sobre las que se sustentan nuestras reflexiones y acciones, al vernos quizás más expuestxs a los posibles recelos con respecto a nuestras intenciones, y esto, en último término: 

4) desarrollará la capacidad comunicativa y don de gentes de lxs activistas, haciendo al feminismo más accesible para todxs, alejándolo de la endogamia y restricción a la esfera académica e intelectual. 


Con respecto al cuestionamiento de su existencia, muchxs feministxs argumentan que, dado que el machismo no es una mera actitud sino todo un sistema, el hembrismo no existe en tanto que no existe ningún sistema que coloque a la mujer en una situación de poder con respecto al hombre, sometiendo y agrediendo a estos últimos, ni existen grupos de mujeres u organizaciones que defiendan la imposición de este sistema. 

La primera objeción a este argumento es que, en cierto modo, estxs feministas cometen el mismo error que todas aquellas personas que atacan al feminismo equiparándolo al machismo porque suenan como antónimos. Del mismo modo que el feminismo no es la inversión del machismo, el hembrismo tampoco es la inversión idéntica del machismo, aunque la formación gramatical sea análoga. Y es que ¿quién dice que el hembrismo es un sistema como el machismo o un movimiento por el mismo? Las personas que consideran que el concepto al que otrxs se refieren no existe no pueden ser quienes definan lo que ese concepto significa. Son sólo quienes afirman la existencia del hembrismo quienes pueden definir lo que es, y en base a la definición que éstxs asienten lxs detractorxs expondrán sus objeciones. En resumen: para oponerte a algo primero tienes que saber qué es ese algo, y no es quien niega la existencia de ese algo quien puede decir lo que es. 

Así pues, obviamente, el hembrismo no es un opuesto simétrico al machismo: nadie piensa en un sistema cuando habla de hembrismo, salvo unos pocos machistas/masculinistas que consideran que las mujeres dominan el mundo. El machismo, al igual que el racismo y especismo hegemónicos (hacia los no-blancos y no-humanos, respectivamente), en tanto problema estructural, conforma no sólo una actitud individual de discriminación hacia un cierto grupo, sino todo un sistema que perjudica, discrimina, oprime y estereotipa a los grupos minorizados (a nivel laboral, legal, cultural, simbólico, social, etc), por lo que goza de poderosos cimientos y está muy extendido. En estas discriminaciones, por tanto, puede distinguirse un nivel individual y otro social, estrechamente interconectados y que se retroalimentan. 

Sus discriminaciones opuestas, en la gran mayoría de los casos, no son más que una reacción de resistencia y autodefensa contra ese sistema discriminador, si bien convirtiéndose en respuesta desproporcionada al caer en las mismas generalizaciones que hegemónicamente ellos sufren. El hembrismo (así como el racismo hacia los blancos) es, pues, una discriminación que existe solamente a nivel individual y está muchísimo menos extendida que su opuesto dominante, pero existe. 

Hembrismo es, por ejemplo, que en un debate feminista se respeten y valoren las opiniones y argumentos de una mujer, y que cuando los da un hombre se considere que “quiere ir dando lecciones a las mujeres”.

Hembrismo es obviar por completo que el patriarcado también perjudica (aunque en menor medida) a los hombres, considerando que éstos no pintan nada dentro del movimiento feminista (o sólo pintan como aliados y calladitos, sin cuestionar nada). 

Hembrismo es generalizar en lo que los hombres hacen a las mujeres, prejuzgándoles móviles e intenciones.

Hembrismo es tachar de lloricas a los hombres que se quejan de algún tipo de discriminación o limitación que sufren, porque TODAS las mujeres SIEMPRE sufren mucho más (que, aunque así fuera el caso, tampoco es incompatible luchar contra ambas cosas, sino más bien complementario) y por tanto lo suyo es irrelevante y puro victimismo. 

Hembrismo es justificar y comprender un sinfín de actitudes desagradables y discriminatorias de mujeres, refiriéndose a sus circunstancias y condicionamiento social en tanto atenuantes o supresores de su responsabilidad, y no hacer el mismo ejercicio de comprensión con respecto a los hombres, como si ellos fuesen cabrones y machistas por naturaleza. 

Hembrismo es, en definitiva, juzgar con un doble rasero a hombres y mujeres en perjuicio de los hombres, desde una supuesta perspectiva antipatriarcal: prejuzgar, generalizar, minusvalorar y adoptar una postura maniqueísta con respecto al sexismo. NO es abogar por un sistema donde el hombre cobre menos, se lleve todo el peso de las tareas domésticas o sufra acoso y agresiones sexuales sistemáticas, al igual que muchos machistas no quieren estas cosas para las mujeres y no por ello dejan de serlo.