viernes, 15 de marzo de 2013

Orgullo y prejuicio menstruante

Con respecto a la menstruación (o más exactamente, a las mujeres menstruantes) suelo encontrarme dos posturas radicales contrapuestas, tanto por parte de mujeres como de hombres: la mayoritaria, de quienes la repudian, la consideran un tema tabú, lo ven como algo impuro, sucio o degradante e incluso se burlan con ello de otras mujeres; y la minoritaria, de algunas feministas (de la diferencia, sobretodo), que la sacralizan, la consideran un vínculo con la naturaleza o la Luna y lo ven como una especie de suerte o privilegio, un proceso tremendamente beneficioso y enriquecedor. Y por no variar, no respaldo ninguna de las dos. 

La utilidad de la menstruación es de sobra conocida, si bien desconozco si trae a mayores algún beneficio (todo lo que he encontrado al respecto han sido argumentos místicos y –para mí- vacíos), por lo que sentíos libres de aportarlos si sabéis de alguno -no poético ni espiritual, sino físico. Para mí (y para la mayoría de las mujeres) la regla es un fastidio, un engorro y una auténtica carga de la que me desharía sin pensarlo si pudiese hacerlo (sin consecuencias negativas), pero al menos por ahora no me convencen las alternativas farmacológicas, no voy a inducirme una deficiencia proteica y, por supuesto, no pienso quedarme embarazada. No se trata de prejuicios misóginos que me hayan metido en la cabeza, sino de mi propia experiencia personal: me incomoda, duele, quita energía, baja el ánimo, mancha, despierta por las noches e impide en general hacer vida normal.

La cuestión es que la regla es, como tantos otros, un proceso fisiológico no más místico que el comer o el cagar, y que este proceso afecte sólo a hembras humanas (y de primates, murciélagos y otros pocos animales) no es algo causal por una suerte de mayor vinculación de la mujer con la Madre Tierra o la Luna, sino casual, por obra de una selección sexual y otros factores biológicos. La sacralización de la menstruación, así como del parto, es un puro esencialismo bastante contraproducente para el logro de la igualdad, pues los prejuicios y las constricciones de los roles de género no se eliminarán mientras se siga promoviendo una imagen de la mujer como ser místico, mágico, natural y poseedor de otras tantas cualidades que corresponden a su “feminidad esencial” (que, a todo esto, los hombres también tienen un ciclo sexual que los afecta hormonalmente, así como padecen también una “menopausia” masculina o andropausia).

¿Que tiene su razón de ser? por supuesto. Y me parece probable que reporte algún beneficio biológico -o por lo menos que el no tenerla reporte algún perjuicio- pero esto no es distinto en el caso de la fiebre, congestión nasal o vómito: todas son respuestas beneficiosas del organismo (en algunos casos) en tanto que éste está reaccionando y defendiéndose de un agente que considera perjudicial, ya sea un virus, un exceso de contaminación, una comida en mal estado, etc. Sin embargo, no por ello dejamos de considerar que estas “formas de proceder” de nuestro cuerpo son unas molestas cargas que deseamos no sufrir nunca. No veo que este deseo de evitar una incomodidad sea distinto en el caso de la menstruación, para todas aquellas que la sufren. El tabú social no es el único -ni muchas veces el principal- factor determinante de este deseo.

Sin embargo, el que yo y otras muchas consideremos odioso este proceso no justifica el tabú social, sino más bien al contrario. En torno a él han girado gran cantidad de prejuicios que segregan y repudian a las mujeres. Si bien mitos como el de que las mujeres menstruantes provocan la muerte de las plantas o cortan la mayonesa ya no son prácticamente mantenidos en nuestra sociedad (excepto quizás en las zonas rurales) por ir en contra de una mentalidad mayoritariamente cientificista, otros tantos prejuicios gozan de gran salud:

Nos educan para verlo como algo asqueroso y repulsivo, mientras que no tenemos esos reparos con cualquier otro tipo de sangre, que alguna gente hasta ingiere si no es humana (en morcillas, filloas, etc) o bien se deleita con el análogo a la menstruación en las hembras ovíparas (los huevos) o trozos de músculos desmembrados, intestinos u otras tripas.

A raíz de esto, a muchos hombres y mujeres les da asco mantener relaciones sexuales con una mujer menstruante, como si fueran a ponerse a expulsar sangre como una fuente o los fluidos fueran algo corrosivo. Pero eso sí, eyacular en el cuerpo, cara o boca de una mujer se ve a menudo de lo más sexy, aunque pueda ser un líquido más viscoso y difícil de limpiar que muchas menstruaciones, o al menos en determinados días. No es que considere que la gente deba hacerlo aun si no se siente cómodx, simplemente me parece triste que por prejuicios y presión social muchxs que sí querrían se quiten de practicarlo: es común que a muchas mujeres les aumente la libido durante la regla, además de que mantener relaciones sexuales durante ese período puede ayudar a aliviar los cólicos, desinflar el pecho y vientre y obtener orgasmos más intensos y, adicionalmente, las probabilidades de embarazo son bastante menores (que no imposibles).

Se insta constantemente a las mujeres a avergonzarse de su menstruación, sentirse sucias y malolientes, sumando esto a que, como las hemorroides, es algo que debe sufrirse en silencio, pues el tema no ha dejado de ser tabú -especialmente delante de hombres. Sin embargo, para sorpresa de muchos, la regla en sí no suele oler mal (a menudo cuando lo hace es por causa de alguna infección), sino que lo que a muchxs les apesta son precisamente los químicos y plásticos de las compresas que supuestamente los encubren. Con compresas de tela o una copa menstrual (producto que recomiendo encarecidamente) la regla no suele tener ningún mal olor, a menos, quizás, que no te cambies en un día entero. Otros factores que podrían provocar eso serían, por ejemplo, el llevar pantalones muy ajustados o –paradójicamente- el exceso de “higiene”, que puede desequilibrar la flora vaginal y dar lugar a hongos o infecciones (y es que la vulva y la regla no son algo “sucio” que haya que estar lavando cada pocas horas –y menos con jabones-, especialmente las duchas vaginales son bastante peligrosas: la vagina ya se encarga ella sola de limpiarse (por dentro) con su propio flujo).

Se difunden numerosos chistes e ideas sobre lo mentalmente desequilibradas que las mujeres están cuando menstrúan: por una parte, como ya he dicho, los hombres no se libran de los ciclos hormonales; por la otra, no a todas las mujeres ni todas las veces les afecta en su carácter y personalidad y, en cualquier caso, eso no implica que se conviertan en unas locas irracionales incapaces de controlar su ira o impulsos, pues la influencia de las hormonas no deja de ser limitada y nuestra racionalidad lidia y reprime diariamente multitud de impulsos bajo todos los estados anímicos, por lo que para la gran mayoría será algo bastante controlable.

Se ridiculiza y pone el grito en el cielo cada vez que ese “avergonzante secreto” se hace visible a los demás, es decir, cada vez que la sangre menstrual mancha la ropa o alguna otra cosa, o menos comúnmente, cuando las compresas se hacen visibles o intuibles bajo la ropa. Nadie se burla de que la sangre de una herida abierta manche la ropa de una persona, pues esa sangre es “pura”; sin embargo, la “sangre impura” de la menstruación le resulta a la gente tan repugnante y humillante como la orina o las heces, como si manchar la ropa de sangre menstrual fuera como una falta de control de las mujeres sobre sus esfínteres.

Por último, considero también bastante sexista la imposibilidad de las mujeres para pedir una baja por dolores menstruales o síndrome premenstrual (al menos en la mayoría de los empleos), obligando a muchas a acudir al trabajo con una gran indisposición o a perder el sueldo o el trabajo por ausencias mensuales reincidentes. No sugiero ni mucho menos que todas las mujeres, por el hecho de ser menstruantes, deban gozar de x días de baja cada mes, sino que aquellas que sufran esa condición, con algún tipo de justificante o revisión médica, tengan el derecho de hacerlo (derecho que, por otra parte, nunca se logrará mientras se siga defendiendo que si se sufre por la menstruación es por los prejuicios patriarcales que nos han metido en la cabeza, desacreditando por completo las experiencias de millones de mujeres considerándolas psicológica y emocionalmente manipulables hasta límites insospechados). Sin embargo también es probable que, desgraciadamente, de concederse este derecho acabase volviéndose en nuestra contra: agravando la discriminación laboral, acrecentando las burlas y desacreditaciones por la regla y alimentando el resentimiento de una gran cantidad de hombres que se sentirían “discriminados” por un malvado feminismo que busca “que las mujeres tengan más derechos que los hombres”.


lunes, 4 de marzo de 2013

Comprender no es justificar

En ocasiones se ha puesto en duda mi compromiso para con el antiespecismo, feminismo u otras luchas contra otras formas de discriminación por no exasperarme con aquellos que tienen algún tipo de opinión o actuación contraria y/o discriminatoria o incluso por oponerme a que sean tratados por otros de esa forma. En vez de partir de una posición defensiva, cuando mi paciencia me lo permite, trato de comprender por qué piensan como piensan y entablar un debate respetuoso en el que le muestre mi postura buscando los posibles puntos en común. Al parecer, eso me coloca en el lugar del opresor por “tolerar” su comportamiento, me convierte en una bienestarista. 

Sin embargo, simplemente trato de rechazar, en la medida de mis posibilidades, esa visión maniqueísta del mundo. Trato de no personalizar al enemigo ya que, desgraciadamente, los verdaderos enemigos son una fuerza invisible mucho más poderosa que un grupo delimitable de individuos: son los prejuicios y su inagotable capacidad de propagación. 

Cuando presenciamos o somos informados de casos de padres irresponsables, maltratadores o discriminadores sentimos lástima por los hijos que criarán, por las ideas que les inculcarán o por la violencia que sufrirán. Sin embargo, cuando esos niños llegan a la adolescencia o adultez y algunos proyectan en sus actos u opiniones esa educación y valores que han heredado, la mayoría de la gente olvida por completo esa lástima considerando al individuo como único responsable de que piense como piensa y actúe como actúa. Parece como si el libre albedrío de un ser humano adulto fuese claro y absoluto (así como los conceptos de Bien y Mal) y no estuviese para nada determinado o condicionado por la cultura (propia y colectiva) en la que se ha formado. Pero entonces, ¿por qué sentimos lástima por la educación que recibirá el niño o niña, si en cuanto desarrolle su capacidad de reflexión rechazará esas ideas inculcadas por su entorno (en caso de que sea una buena persona, claro; si es una mala persona continuará adscribiéndose a esas ideas, pero la culpa será sólo suya)? 

En caso de que eso fuese como esa gente lo ve, y que el que sea o no prejuiciosa no dependiese de la educación recibida, ¿no significaría esto que las malas y buenas personas nacen ya como malas o buenas personas –pues si su entorno no influye en su libre elección, el que unos se decanten por la “maldad” y otros por la “bondad” habría de ser algo genético- y por tanto tampoco así son responsables de sus actos u opiniones? Lo enfoque desde donde lo enfoque no logro encajar el concepto de culpa. 

Es por ello que ante una opinión sexista, xenófoba, especista, etarista, gordofóbica… trato de analizar primero sus palabras en busca de puntos en común, antes de rechazarlo, marginarlo y vituperarlo por mostrarse prejuicioso con respecto a algo. Si veo que las premisas desde las que parte son cualitativamente distintas a las mías (como en el caso de las personas que basan la legitimidad de sus argumentos en cuestiones espirituales o religiosas) ni me molesto en intentar debatir, pues no veo la forma en que podamos llegar a ningún acuerdo partiendo cada uno de axiomas en los que el otro no cree. Tampoco me molesto cuando veo que lo único que busca la otra persona es ofenderme con insultos y otras faltas de respeto. No obstante, en los restantes casos la comprensión me ha dado buenos frutos en algunas situaciones, logrando incentivar la reflexión sobre actitudes y formas de discriminación que antes no se habían planteado gracias a evitar una actitud defensiva como resultado de un juicio acusatorio y desacreditador. Y es por eso que a veces, aún quemada de volver a oír los mismos argumentos que considero falaces, me muerdo la lengua e intento ser clara pero educada por una cuestión estratégica. Porque es contra un prejuicio contra el que estoy luchando, no contra una persona; y por tanto no se trata de destruir a la persona sino a sus esquemas de pensamiento, que difícilmente se cambian por medio del insulto. 

No digo que siempre sea educada ni me creo mejor por no buscar culpables. Al igual que soy comprensiva con los demás también lo soy conmigo misma (que antes que activista soy persona), entendiendo que a veces puedo enfadarme por formas de pensar y actuar que rechazo y reaccionar con rudeza. Simplemente, por mi cosmovisión del mundo y por el bien de la causa que defiendo y de la que –desgraciadamente- soy a menudo vista como representante por mi interlocutor, trato de dejarla en el mejor lugar, buscando el mayor acercamiento a mi postura en el pensamiento del otro y no exasperándome también por mi propio bienestar. 

Todo esto tampoco implica que rechace la violencia bajo cualquier circunstancia, pues no soy una pacifista “mal entendida”. La violencia me parece legítima siempre y cuando sea un medio necesario y el más apropiado para lograr un fin justo. La cuestión es que muchas veces, aunque lo más apropiado para lograr un objetivo inmediato sea la violencia, resulta perjudicial a la larga para el avance del movimiento, y por ello hay que valorar no sólo los logros a corto plazo sino especialmente a largo plazo, es decir, hay que estudiar una estrategia. Como he dicho en el título, comprender no implica no posicionarse y tolerar. Comprender no es justificar.