lunes, 13 de agosto de 2012

Violencia de género: la cosificación de la mujer

A menudo se habla de violencia de género como una agresión física o verbal de un hombre hacia una mujer, generalmente siendo su pareja o expareja sentimental. En primer lugar cabría mencionar que no siempre que un hombre agreda a una mujer el móvil de la agresión ha de ser el género, al igual que sí podría serlo, aunque se da en menor proporción y de distinta forma, en el caso de una mujer que agreda a un hombre. En cualquier caso, me remito a esto para señalar una condena del sexismo muy miope que ignora el porqué de todas esas agresiones, pues en una sociedad igualitaria la violencia entre dos sexos no se daría por cuestiones de género.

La violencia se ejerce de muchas maneras y en muchos casos no se presenta como un insulto, sino como un cumplido. Nuestra sociedad está dividida en dos grupos de personas con dos grupos de características complementarias y contrapuestas: los hombres como racionales, potentes, fuertes, valientes, estables, claros y seguros; las mujeres como emocionales, débiles, miedosas, inestables, retorcidas e inseguras, pero sobretodo bonitas. Las mujeres son “el sexo bello”, la decoración u objeto en contraposición al sujeto (hombre). Ellas son un cuerpo mientras los hombres son una mente, y esta identificación simbólica no ha cambiado mucho desde hace más de medio siglo, por mucho que la situación legal haya mejorado enormemente.

Una ojeada a los anuncios nos muestra una clara utilización del cuerpo femenino como reclamo erótico, mujeres reducidas a culos, piernas esbeltas, vientres planos o labios entreabiertos que saborean un producto con cara de placer sexual. Todos esos anuncios están dirigidos a un público masculino heterosexual, pero también a un público femenino heterosexual que proyecta en ellas una imagen ideal de sí mismas vistas desde ojos masculinos. Las mujeres no buscan así su propio ideal de personas, sino que quieren ser lo que los hombres quieren que sean, lo que buscan ver en ellas como obra artística u objeto erótico, esto es, las mujeres sufren socialmente una heteroidentificación. Además de esta cosificación erótica de la mujer es destacable la fuerte presencia de los estereotipos en ese y otros ámbitos como los dibujos para niñ@s, las revistas o incluso los periódicos, las películas o los videojuegos. Con respecto a esto último, Anita Sarkessian había creado un proyecto para denunciar los estereotipos de las mujeres en ellos, presentadas siempre con arquetipos como el de “compañera sexy” o “dama en apuros”, por el cual recibió numerosas amenazas y acoso por internet de formas diversas. Resulta también relevante la imagen que se desprende de las mujeres en las revistas “femeninas”, pues la información se distribuye mayoritariamente en relación a cuatro ámbitos: doméstico (decoración, cocina, limpieza), privado (belleza, cuidado del cuerpo), banal (cotilleos) y de relaciones (interpersonales, de pareja o familiares). Es especialmente remarcable este refuerzo de los estereotipos en las revistas femeninas para adolescentes, centradas en el logro de la belleza, la seducción y el romance, la moda y el sexo heterosexual. En las noticias y periódicos, aunque más sutilmente, la consideración inferior de la mujer también se hace visible con una mucho menor presencia especialmente en secciones de economía, política, opinión y sobretodo deportes, con una casi total invisibilización de las deportistas y los equipos femeninos. Esta invisibilidad de la mujer se hace también bastante patente en las películas con tres sencillas preguntas: el Test de Bechdel.

A esta invisibilidad, menosprecio y cosificación hay que añadir, por supuesto, otros importantes factores que complementan el caldo de cultivo de la violencia supremacista de género: la educación en el ideal del amor romántico como principal (o casi principal) aspiración en la vida de toda mujer, así como la indefensión aprendida resultado de las expectativas de su género: sumisión, comprensión, empatía, solidaridad, obediencia, abnegación en el cuidado de los hijos, pasividad, rechazo de la violencia...


Reducidas a objetos eróticos o floreros como guapas, mudas y prescindibles azafatas en numerosos programas-concurso, valoradas únicamente por el físico y escasamente por sus capacidades intelectuales, complementos del hombre y prácticamente invisibles en todo lo que representan actos trascendentes: ésta es la violencia de género, la violencia psicológica que origina la agresión física. Es un maltrato sutil que presiona a las mujeres a ser mejores floreros en vez de mejores personas: maquíllate, pues tus rasgos al natural son bastos; adelgaza, pues los kilos de más son humillantes, asquerosos y vergonzosos; depílate, pues tu vello corporal es de mal gusto y antihigiénico; ponte guapa, pues tu calidad humana se mide por tu capacidad de seducción. No hace falta verbalizarlo para que se dé un maltrato, pues la orden ya está encima de la mesa: la amenaza con la marginación social. Que el maltrato se personalice más explícita y duramente en un individuo concreto como pareja sentimental es sólo el último eslabón de la cadena, la punta del gran iceberg.

lunes, 6 de agosto de 2012

Especismo entre antiespecistas

“No me siento superior por ser vegana. Lo cierto es que soy 
vegana porque no me siento superior a nadie” - Michele McCowan

Es común entre nuevos veganos pasar por una etapa fundamentalista o intransigente (y a veces no tan nuevos ni tan etapa): primero se preguntan cómo han podido “estar tan ciegos” de no hacer ciertas conexiones y se esfuerzan por informar a los demás para que cambien su perspectiva; después, no obstante, tras varias decepciones algunos desarrollan algún tipo de amnesia retrógrada que les impide recordar que hasta hace no mucho ellos eran especistas, y consideran a los que lo son como unos asesinos hijos de puta que disfrutan haciendo sufrir a los animales. Esta actitud es perniciosa fundamentalmente por dos motivos: es especista y perjudica a los animales. 

En primer lugar, las generalizaciones siempre son injustas con los individuos que conforman los grupos. Es común atacar a “los humanos” como culpables de las torturas que sufren algunos animales; “me avergüenzo de ser humana” o “los humanos hacemos tal y cual”: ¿Por qué esta actitud no es vista como discriminatoria y especista cuando se está condenando a todo un colectivo por los actos de unos de ellos? Si alguien dijera que las lesbianas son todas unas zorras manipuladoras se le tacharía automáticamente de homófobo, igual que sería machista que una tía dijera que se avergüenza de ser mujer porque las mujeres son unas frívolas interesadas o sería racista que otra persona afirmara que los negros roban coches. Sin embargo sí hay lesbianas manipuladoras, mujeres frívolas e interesadas o negros ladrones, al igual que hay humanos (en general) cabrones, pero ser manipulador, frívolo, ladrón o cabrón no es nunca algo intrínseco de ser lesbiana, mujer, negro o humano, respectivamente. 

En la misma línea está la xenofobia al atacar a una etnia por las tradiciones o actividades de algunos de los individuos de la misma (a los chinos por comer perros, a los canadienses por apalear focas…), aunque esto es más común entre mascotistas que entre veganos, pues los últimos suelen tener más claro que no hay diferencia entre comer perros en China o cerdos en España. 

En segundo lugar es especista porque crea una especie de salto cualitativo entre los humanos y el resto de animales, el mismo salto que los antiespecistas critican: no se juzga a un gato por matar a un ratón o a un oso por comerse un salmón, ya que ellos “no pueden razonar”; sin embargo el humano se considera un ser razonante que nace razonando, y que debería razonar por tanto trascendiendo toda su educación para oponerse a la explotación animal. Para empezar no creo que el veganismo sea el “camino verdadero” ni creo en la existencia de la corrección o verdad en términos morales, sino si acaso en la coherencia con unos principios. Soy vegana porque tengo la capacidad de sentir empatía por el resto de animales y, por ello, los puedo considerar mis iguales en términos de sufrimiento, pero el no tener esa capacidad de empatizar no te convierte en un monstruo (¿cómo puede ser moralmente malo no tener una capacidad para hacer algo?). Muchos otros animales pueden sentir empatía, y un gato podría no matar a un ratón por sentir una empatía hacia él mientras que otro podría no tenerla y dejarse llevar por un instinto o apetencia. Con esto no estoy justificando nada, sino simplemente intento entender cómo y por qué actúan los demás, y no dejarme llevar por el camino fácil del insulto. En segundo lugar, creo que ya se ha evidenciado que no considero a los humanos nada radicalmente distinto del resto de animales, y por tanto no creo que exista ser alguno puramente razonante, sino que todos los animales que no estamos totalmente determinados por un instinto invariable lo estamos en mayor o menor parte por nuestras experiencias, educación, cultura, etc. Si viviéramos en una sociedad vegana o simplemente con una mayor consideración por los demás animales, el número de veganos que la conformarían sería infinitamente mayor. Y de nuevo recuerdo que muchos de nosotros, hasta hace unos meses o años, nunca antes habíamos hecho la conexión con el resto de animales, o incluso muchos veganos probablemente habrán defendido antes del cambio los argumentos que ahora considerarán falaces o prejuiciosos. Con esto no estoy diciendo que no haya especistas mezquinos y maleducados (igual que hay veganos así), algunos incluso que atacan a los veganos por el mero hecho de serlo. Pero incluso una persona directamente relacionada con la explotación animal (ganadero, torero, matarife, peletero) puede cambiar su perspectiva, pues al fin y al cabo no hacen más que seguir el legado de una misma educación especista con la que nosotros también hemos sido educados. 

Por último, si todo esto no te convence y sigues odiando a la humanidad hay un factor más a tener en cuenta en tu comportamiento: el daño a los otros animales. Ponte en el lugar del otro, de ser una persona que nunca antes se ha planteado el trato a tener con los otros animales, lo que come o lo que viste, y que por tanto tiene muchas dudas al respecto y cierto recelo ante lo que rompe por completo su esquema de valores: ¿cómo crees que se puede sentir esa persona ante los insultos, las acusaciones de asesino y la culpabilización? Lo más probable es que se cierre en banda y no escuche tu mensaje. Y lo peor es que, por desgracia, muchas veces somos un referente de la idea que defendemos: muchos omnívoros se encuentran con uno o varios veganos arrogantes y deducen de ello que los veganos por definición son arrogantes; se cierran al mensaje por culpa de un mal mensajero (y de ahí mis “precauciones para una correcta comprensión”). Muchas veces una actitud de “superioridad moral”, aun inintencionada, hace que el otro se sienta aludido ante una acusación implícita, un “tú eres culpable de esto, estás equivocado y yo estoy en lo cierto, haz lo que yo te digo”, desencadenando con esto una actitud defensiva que muchas veces se materializa en un “las plantas también sienten” o “tú también matas animales”, etc. Por supuesto, algunos se pueden sentir atacados y responder a la defensiva porque sí, o porque quizás les remuerda la conciencia ante la duda de no estar actuando de acuerdo con su ética y sientan miedo de que se venga abajo todo su esquema de valores, pero ello no implica que no debamos evitar estos conflictos con una actitud educada y comprensiva.