viernes, 15 de junio de 2012

Veganos que comen animales

Me gustaría empezar con los temas polémicos tratando uno de los que me tocan más de cerca: el veganismo.

Partimos de la base de que el veganismo es, en su puesta en práctica, un modo de vida que excluye –en la medida de nuestras posibilidades- el uso y consumo de productos compuestos con (o testados en) animales o sustancias derivadas de éstos, así como su explotación directa utilizándolos como objeto de compra-venta, medio de transporte o entretenimiento.

A mi modo de ver, teniendo en cuenta que el veganismo es una filosofía de vida, es un error aceptar dogmáticamente estas premisas sin una reflexión previa, y de ésta yo derivaría que todo lo anteriormente citado son los medios, y no el fin, para el objetivo de lo que significaría realmente el veganismo: el respeto y consideración (igualitarias) de todos los individuos con capacidad de sentir independientemente de su raza, sexo o especie*. Esto pasa evidentemente por un boicot a aquellos productos derivados de la explotación animal, pues sin demanda no hay oferta. Ahora bien, aquí es donde la gente confunde el medio (el no uso y consumo de productos de origen animal) con el fin (la liberación animal) y nos enfrascamos en la cuestión del título, para lo cual introduciría el concepto de freegan.

El “freeganismo” (unión de las palabras free –gratis- y vegan –vegano) se conoce como un estilo de vida voluntario que emplea estrategias alternativas para vivir basadas en limitar su participación en el sistema económico convencional y minimizar su consumo de recursos (utilizando el mínimo dinero posible, alimentándose de la cantidad exacerbada de comida en perfecto estado que diariamente desechan las grandes superficies, reutilizando objetos tirados que puedan serles útiles, compartiendo e intercambiando bienes mediante el trueque, etc); pero sin necesidad de convertirlo en un modo de vida, llamaría freeganismo al acto y práctica de “reciclaje” (reutilización) de objetos desechados para evitar la compra innecesaria y facilitarles una mayor vida útil (no por el puro esnobismo de introducir términos anglosajones, sino más bien por la imprecisión de la palabra “reciclaje” para referirnos a estas prácticas e intenciones), y he aquí donde lanzo la pregunta a la que quería remitirme desde un principio: ¿es vegano conservar (o “reutilizar”) una prenda o producto de cuero, lana, seda o cualquier otro material de procedencia animal? Más aún ¿es vegano comer carne, huevos o lácteos desechados por las grandes superficies? En mi opinión, rotundamente sí.

El veganismo, para mí, implica un respeto por la vida consciente-sintiente, no un respeto por la vida en sí ni mucho menos por la muerte. Al margen de todas las religiones y creencias que atribuyen al cuerpo de un sujeto una esencia-alma inmortal, toda concepción materialista estimará que tras la muerte de un ser éste desaparece como sujeto, que “su” cuerpo ya no es más una herramienta de interacción de la psique con el mundo tangible, sino una simple coraza inútil, vacía, mera materia orgánica; y ya que la consciencia y todo interés de ésta desaparecen, esa coraza inanimada no merecerá mayor consideración moral que cualquier otro objeto inerte, independientemente de que el sujeto al que antes pertenecía el pedazo de carne fuera clasificado como homo sapiens o bos taurus. Sería por tanto especista considerar inaceptable la necrofagia (o necrofilia, o desollamiento) entre humanos no asesinados para tal fin y aceptar la necrofagia con animales no humanos cuya muerte no es demandada por ti (ya haya sido explotado y asesinado por la industria como que haya muerto despeñado por un precipicio o de un paro cardiaco), pero por mi parte no condeno ninguna de las dos prácticas, como tampoco quien decida conservar unas botas de piel humana tras haber averiguado su origen o haberlo reprobado cuando antes era indiferente.

No obstante, cabe mencionar un factor importante: el respeto hacia familiares o amigos del fallecido; y es que la pena hacia la muerte de alguien no debiera ser hacia ese alguien –pues muerto ya no siente ni padece, y mucho menos se lamenta de no ser- sino hacia los vivos que sufrirán su pérdida. Sí considero por ello que se debería tener tacto ante una situación que para otros es tan difícil, pero eso se derivaría moralmente, simplemente, en no hacer nada con el cadáver que pueda ofenderlos delante de éstos, y en caso de que éstos existan –no todo el mundo tiene familia o amigos que lo vayan a echar a uno en falta. En cualquier caso, desgraciadamente, los familiares o amigos de los animales no humanos que nos encontramos en los contenedores y supermercados no van a sentirse ofendidos por lo que hagamos o dejemos de hacer con sus cuerpos, ya que nunca lo verán ni lo sabrán (y es probable que incluso pudiendo verlo/saberlo muchos no lo sintieran como nosotros, pero ese es otro añadido).

Con esto no pretendo incitar a nadie a recoger productos de origen animal de los contenedores (que aunque no "inmorales" siguen siendo poco sanos), ni mucho menos a aprovechar los restos que otros dejen individualmente (pues esto sí podría traer malentendidos y dañar el mensaje que se promueve) sino explicar por qué no condeno esta actitud ni me aferro como dogmas a ciertas ideas que no dejan de ser sólo herramientas. Por otra parte, y por último, quería señalar que un freegan que recoja y consuma puntualmente carne, lácteos o huevos, o bien conserve unas botas piel de su etapa no vegana, es responsable de menos muertes (en ese ámbito concreto) que un vegano-ofendido-por-su-falta-de-respeto-hacia-los-animales que compre todos los productos veganos que come o tire sus botas de cuero para comprarse unas sintéticas, mal que les pese a muchos; pues su producción, manipulación y transporte supone un gasto de recursos e impacto en el medio que inevitablemente se llevará a algún animal por delante.




*En realidad aquí (con la agregación de los paréntesis) estoy equiparando el veganismo al antiespecismo, y éstos a una concepción antisexista y antirracista complementaria, lo cual no es demasiado correcto. Se puede ser vegano sin ser antiespecista, es decir, sin juzgar que los intereses de los animales no humanos merezcan una consideración igual a los de los humanos, aunque tengamos a éstos primeros en suficiente consideración como para no causarles un sufrimiento innecesario con su explotación; y lo mismo en el caso del racismo, sexismo u otras discriminaciones menos cuestionadas.

lunes, 4 de junio de 2012

Homofobias

"A mi no me importa que los homosexuales coman por la mañana, pero que no lo llamen desayuno"


Estaba pensando en estos temas cuando me vino a la cabeza la idea de la homofobia. Creo que el saco de este término en el que suelen introducir a los individuos así calificados es demasiado amplio y heterogéneo como para no establecer algún tipo de diferenciación, como pasa con el concepto de racismo: algunos utilizan indistintamente el término para calificar actitudes y opiniones que pueden variar desde lo que constituiría propiamente el racismo a otras discriminaciones como la xenofobia o perspectivas parciales (a veces inocentes o inintencionadas) como el etnocentrismo.

Así, me voy a reducir únicamente a la homofobia con respecto a los hombres homosexuales, por ser la más visibilizada y sobre la que tengo más conocimiento, y trataré de hacerles justicia clasificándolos taxonómicamente como si de un estudio zoológico se tratase:


1. El antipluma: en mi opinión y experiencia (muy reducida, lo sé) este individuo es de los que más abundan. Se caracteriza por odiar no las orientaciones sexuales en sí sino las desviaciones masculinas del rol genérico hegemónico, es decir, aquel estereotipo tan extendido por los medios del “gay locaza” (un estereotipo que por otra parte es bastante distorsionado, por no variar).

Aquí nos enfrentamos a varios problemas: o bien el individuo odia el comportamiento pijo, superficial y teatral en sí (el cual también a mí me desagrada), y por tanto independientemente de si se da en hombres gays o heteros o en mujeres (que es entre las que más abunda), o bien lo odia sólo en los hombres y lo acepta o incluso le agrada en mujeres. En el primer caso el individuo no es homófobo, en el segundo, en cierto modo, sí. Aquí los límites entre homofobia y sexismo se difuminan bastante, o al menos yo consideraría una forma de sexismo, y no homofobia, el discriminar a un hombre heterosexual por comportarse de esa forma, ya que aquí el factor de la homosexualidad no se encuentra en la víctima, sino la desviación del comportamiento que se le atribuye en tanto “hombre”, análogamente a la discriminación de las mujeres que reniegan de su rol femenino y no por ello son lesbianas.

Podríamos considerar aquí un subgrupo: el espectador. Aquel que no es que le desagrade ese comportamiento en otros tíos, sino que disfruta observándolo y ridiculizándolo, convirtiendo al homosexual en una especie de payaso adorable que no supone más amenaza que la de la risa.


2. El hipocondriaco: dícese del individuo tan obsesionado por la salud (psicológica) que ve enfermedades donde no las hay, en este caso en las orientaciones sexuales ajenas. Este tipo de afirmaciones son bastante odiadas pero, no obstante, habría que distinguir aquí dos subgrupos: el hipocondriaco intolerante y el hipocondriaco tolerante.

El hipocondríaco intolerante considera la homosexualidad como una especie de enfermedad bacteriana potencialmente pandémica, algo así como que deberías llevar una mascarilla en el autobús si pasas cerca de algún invertido, por si acaso estornudase. Debido al peligro que este trastorno supone para la salud pública, el hipocondriaco intolerante se preocupa por su familia y conciudadanos exigiéndole al homosexual que acuda a un especialista para que lo cure cuanto antes, antes de que consiga propagar el virus. También está la versión cristiana de los que se preocupan por el alma del pecador y se toman muy a lo personal lo de librarte de la condena eterna.

El hipocondríaco tolerante, por su parte, simplemente opina que estás enfermo, pero lo que tú decidas hacer con tu vida, curarte o no, le da exactamente igual. A mí esta persona no me parecería una amenaza, excepto por su oposición en temas de normalización de la homosexualidad (que no fomento de) que ayudarían a reducir la homofobia, ya que supongo que no le parecerá aceptable que se trate de normalizar una “enfermedad” aduciendo que es una opción igual de respetable que “la correcta”. Por lo demás, tampoco considero que sea realmente preocupante la opinión que tenga mientras no se inmiscuya con ella en tu vida. Los psicólogos/psiquiatras ponen etiquetas a todo y casi cualquier comportamiento es tachado de trastorno: alguien podría considerar que una obsesión por, pongamos, ducharte varias veces al día, o ser extremadamente desordenado, es una especie de trastorno o enfermedad mental, pero si a ti no te supone ningún tipo de problema y mientras sus opiniones no afecten a tu libertad para hacerlo, no veo porqué gastar energías en convencerlos de lo contrario.


3. El decoroso: este individuo, que en algunos casos podría considerarse una especie de hipocondriaco por el miedo al contagio a través del contacto visual, afirma no tener problema con la orientación sexual de cada cual…siempre que se avergüencen de ellas y no las muestren en público. No hay condenación del alma (o igual sí, dependerá del caso) ni peligro social, pero lo de mostrar afecto por tu compañero se considera algo así como el cagar: o lo haces en tu casa encerrado en el baño o, si te da un apretón y no tienes servicios públicos cerca, te escondes tras un matorral sin que los viandantes te descubran.



4. El agresivo: este es el más peligroso de todos, tomándose como una gran ofensa que no coincidas en sus gustos sexuales. Quizá por fanatismo religioso o ideológico, porque ve dos cuernos sobre sus cabezas o porque no se atreve él mismo a salir del armario, adopta una actitud defensiva e identifica al otro como “la amenaza homosexual”, iniciando una persecución que puede variar desde reprobaciones o insultos desde la seguridad del anonimato hasta palizas de muerte para hacerle ver el agravio que supone su existencia y sugerirle respetuosamente que no se vuelva a repetir.


5. El receloso: he dejado para el final uno de los menos dañinos pero también el más obviado y subliminal. Muchos de ellos se consideran incluso antihomófobos, pero el inconsciente les traiciona diariamente. Sienten que, ante ellos, su virilidad corre peligro, y se ven demasiado presionados por el grupo. Pueden tener incluso amigos homosexuales a los que aprecien, pero nunca bajarán totalmente la guardia por miedo -consciente o no- a que lo identifiquen con su opción sexual: limitarán las muestras de afecto y debilidades emocionales, y considerarán y utilizarán generalmente como insultos palabras como “gay” o “maricón”, así como cualquier sugerencia o confusión sobre su sexualidad o el dimorfismo de sus gónadas (me ha pasado bastantes veces que algunos tíos se sientan ofendidos porque, intencionada o inintencionadamente, se haya referido alguien con generalización femenina a un grupo de mujeres en el que estaba incluido). La cuestión es: si tan abiertos son de mente, tan aceptable es la homosexualidad y tan defensores son de la igualdad de género… ¿a qué ese miedo? ¿Qué tiene de peligroso o insultante que te confundan con un gay o una mujer? Como ya señalé con respecto al primer grupo, esta no es sólo una cuestión de homofobia, sino que entra en juego el sexismo, el peligro inconsciente del descenso del estatus privilegiado del macho al de la hembra, y por tanto el miedo a todo lo que esté vinculada con ésta, ante lo que su condición de varón peligra.